jueves, 3 de marzo de 2011

LIBIA: TODA UNA CARCEL ...!!!

«Toda Libia era una cárcel»

Antiguos presos del régimen denuncian las torturas en las salas de interrogatorios y el terror en las prisiones

Día 03/03/2011
MIKEL AYESTARAN
Ihab, víctima de torturas
A la peor de las torturas los carceleros la llamaban «Hyundai», como la marca del coche. «Te ataban como un ovillo, te quedabas como cuando tres personas se sientan en la parte trasera del coche coreano, de ahí su nombre, metían una barra bajo las rodillas y te colgaban del techo boca abajo durante horas y horas». El jeque Ihab Jazwi acaba de cumplir 28 años y da gracias a Dios cada día desde el pasado 17 de febrero por el triunfo de la revolución.
La libertad le ha costado un machetazo en la cabeza y un disparo en el abdomen. Son las heridas físicas más recientes que los hombres de Gadafi le han causado. Las más profundas, sin embargo, las sufrió durante sus tres años de encierro en la célebre prisión de Abu Slim, en Trípoli, a donde eran enviados los presos políticos, calificación muy amplia que englobaba también a las personas de fuerte convicción religiosa. «Me acusaron de estar en contra del sistema, pero nunca pudieron obtener pruebas, ni siquiera hablaba de política en las oraciones de los viernes. Tardaron un año en decirme de qué se me acusaba y durante ese tiempo nunca pude ver a mi familia. No sabían si estaba vivo o muerto, para ellos también fue una tortura. Libia era una gran cárcel, no era necesario estar entre rejas», recuerda desde la misma cama donde se recupera de las heridas, la misma en la que una noche de 2006 le sacaron a golpes los agentes del orden.
Ihab Jazwi vivió en Abu Slim, el lugar donde en 1996 unos 1.200 presos fueron asesinados por las autoridades, según organizaciones de defensa de los derechos humanos y la oposición libia. Allí también fue llevado su vecino Anes Almugarby. Su delito fue «que mis dos mejores amigos decidieron en 2005 viajar a Irak para combatir a los americanos». Fue suficiente para encerrarle durante tres años y dos meses. La fijación del régimen por el islamismo se acentuó tras la invasión americana de Irak y sigue vigente en pleno siglo XXI en el que para Gadafi toda esta revolución que vive el país no es más que «una acción de Al Qaida». La justicia le declaró inocente a los quince meses de la detención, «pero me retuvieron dos años más entre rejas sin explicación alguna», comenta este psiquiatra mientras recuerda las condiciones de vida «en celdas de siete personas, con el baño en el centro». Sus amigos murieron en Bagdad y él perdió al resto de amistades, «cuando pasas por la cárcel de Gadafi eres un apestado para el resto de tu vida porque el régimen puede encarcelar a cualquiera que se relacione contigo».
Anes tuvo suerte porque nunca sufrió torturas. Todo lo contrario que Mansour Jaber o Ibrahim Mohamed, víctimas de malos tratos en el centro de interrogación más temido de Libia, los calabozos de la Seguridad Interna de Bengasi, hoy reducidos a cenizas. Mohamed, antiguo policía militar que colgó el uniforme porque le obligaban a formar parte de un equipo de torturadores, pagó cara su decisión. «Estaba en la calle, sin trabajo, era muy pobre y me detuvieron por ser miembro de Al Qaida. Una locura. Cuatro meses seguidos de golpes en las plantas de los pies y latigazos en la espalda buscando mi confesión. ¿Cómo iba a ser yo de Al Qaida?», se pregunta. Un compañero de celda no aguantó las torturas y «confesó» su pertenencia al grupo terrorista. Fue condenado a muerte.

Rehacer la vida

Mansour Jaber dejó el centro de interrogación situado frente al puerto con rumbo a un lugar secreto. Le taparon los ojos y a los pocos minutos bajó a trompicones unos escalones hasta dar con sus huesos en una celda. «Pasé aquí un mes entero encerrado sin ver la luz. Recuerdo estas baldosas, las columnas… vuelvo a sentir el frío de aquellos días». Mansour sube y baja ahora esas mismas escaleras que no son otras que las de las mazmorras de la fortaleza de Gadafi en Bengasi hoy convertidas en un museo del horror abierto a todos los libios. Ahora tiene 42 años y sueña con rehacer su vida en la nueva Libia.

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