La masa no está para bollo
Humberto
García Larralde, economista, profesor de la UCV, humgarl@gmail.com
No
pude ver sino hasta la intervención de Julio Borges. El sueño venció la escasa
resistencia que provocaba mi intención de permanecer despierto para ver si, de
parte del oficialismo, se asomarían atisbos de un interés auténtico por
buscarle soluciones a la grave situación por la que atravesamos. Pero el
cinismo de Cabello achacándole la violencia a la oposición, la acusación de un
“paramilitarismo” opositor, obviando descaradamente los múltiples registros de
bandas fascistas pro-gobierno armadas matando y golpeando a opositores, y las
barbaridades de José Pinto, Tupamaro, pidiendo la proscripción de Voluntad
Popular mientras absolvía a los “colectivos” –sin mencionar alguna que otra
impertinencia de Ramos Allup-, fueron difíciles de digerir. Luego está la absurda
insistencia en que se trata de una la lucha entre dos sistemas, como si los
destrozos a la economía, la violación de las garantías constitucionales y el
ahogo a la democracia, pudieran “legitimarse” bajo la bandera supuestamente
“socialista” de la que se empeñan en servirse. Más allá, la proyección de su
propia naturaleza fascista -en labios de Aristóbulo y Ramírez- para referirse a
sectores de oposición, puso al desnudo la total falta de seriedad con la que el
oficialismo abordó la discusión. Finalmente, volver a escuchar, por enésima, la
visión maniquea que “justificó” la insurgencia militar de Chávez contra la
democracia y pretender que sus fines eran pacíficos –Cabello dixit (¡!)- fue
demasiado.
Ahora
bien, ¿Había razones para pensar que otro hubiera podido ser el discurrir del
diálogo? Lo ocurrido no descalifica en sí la pertinencia de conversar en esta
situación tan turbia para el futuro del país. Pero hay que estar claro contra
quienes nos enfrentamos. La dispersión de las intervenciones oficialistas, su
repetición de contraposiciones manoseadas para intentar relativizar su
violencia represiva, y los embustes abiertamente blandidos por Aristóbulo y
otros, son indicios claros de que lo que busca el gobierno es ganar tiempo para
ver si pasa la tormenta y pueda legitimarse tomándose retratos en una mesa con
la oposición bajo el amparo de los cancilleres de Argentina, Colombia y
Ecuador, y con la anuencia del Vaticano. Pero la masa no está para bollos. La
situación es grave y, con esa actitud de intentar correr la arruga mientras
continúa con sus desmanes, sólo puede agravarse. El oficialismo parece no saber
dónde está parado, en que lío se metió.
Por
todo lo anterior, insisto en que las fuerzas democráticas deben arrancarle al
gobierno los derechos confiscados como condición previa para avanzar en el
diálogo. La convocatoria de una marcha multitudinaria para exigirle a la
Asamblea Nacional su compromiso con la restitución de los derechos
constitucionales pondría al gobierno ante la disyuntiva de reprimir o de
iniciar la apertura al restablecimiento de la democracia. Hay que obligarlo a
sincerarse. Luego, una a una, con la gente en la calle, debe conquistarse las
demás exigencias. Lamentablemente, este régimen fascista sólo responderá al
compromiso de un diálogo constructivo, desde una posición de fuerza.
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